Llega la fecha
patria para el adicto Tricolor, y uno recuerda todas las emociones y
algunas angustias, que este Club le ofreció a lo largo de los 32 años de vida.
El hincha, el gol, el ídolo, los jugadores, el director técnico, los dirigentes,
en fin, el fútbol; que desde el 19 de mayo de 1979, enorgullece a los que han
defendido estos colores a lo largo de La Costa y de la Provincia de Buenos
Aires.
Por eso, una
vez por semana, el hincha huye de su casa y acude al alambrado a ver a su
equipo. Flamean las banderas, suenan las matracas, los proyectiles, los bombos
y los papelitos: el pueblo desaparece, la rutina se olvida y sólo existe el
templo. En el reducto, donde los once hombres de pantalones cortos, son los encargados
de engendrar sonrisas, gritos y satisfacciones, transpirarán la camiseta como lo
hacen los hinchas en las gradas y cabecearán y patearán la globa junto al
jugador de turno. También traga saliva, traga veneno, grita, insulta y se come
las uñas. El hincha juega, porque a menudo dice “hoy jugamos nosotros” o “como
goleamos”. Bien sabe el jugador número 12 que empuja y da ánimo a las almas que
se robustecen con su aliento en busca del gol del triunfo.
El gol,
orgasmo del fútbol, desata la locura cada vez que esta besa las mallas. El gol,
aunque sea un golcito resulta siempre un golón para el hincha, que se olvida
que esta en los tablones y se desprende de la tierra y se va al aire; y para el
jugador, que roja deja la garganta y corre ciego con sus compañeros para
enredarse, en el abrazo de gol. Pues, el hincha Tricolor, recuerda los goles a Social Santa Teresita, el gol de
Julio Astudillo a Social San Clemente en 1988, los goles de Juan Moreno en las
finales de ´96, ´98 y ´99, los goles de Ángel Baíz a Atlético Villa Gesell en
la final del 2000, los goles de Porcuna en el histórico triunfo a San Lorenzo
de Mar del Plata en el Estadio Mundialista, los goles de Argüelles y Caraballo
en el 2002. Los goles de Escola y Santana, amor sin desencuentro, están ligados
a la historia viva del Tricolor.
Y en los
goles, asoman los ídolos, llegan los campeonatos y la pelota, lo busca. En él,
la globa descansa, lo reconoce y lo necesita, como el aire a los pulmones. En
el coraje de su pie, se hamaca, le saca lustre y la hace hablar. En Defensores
Unidos, “tati” Guzmán, “Coli” Astudillo, Fabio Machado, Alberto Banquero,
Marcelo Lizardo y Ángel Moreno, prototipos del ídolo, del jugador distinto,
exquisito y de potrero, no llevaron dicho estandarte para propios y extraños.
El referente,
la bandera, el corazón del Tricolor, vino de la cuna, transpiró la casaca desde
niño y cambió su juego vistoso por la fuerza y el temperamento. De todas
formas, Gastón Niggli, no trato mal a la caprichosa, su pie la supo acariciar y
le robo sonrisas por su toque refinado e impalpable porque el ídolo, no tiene
limitaciones. Como este jugador, muchos han entrado al verde campo con los
colores pegados en el cuerpo y el barrio lo envidia. Juega por el placer y
juega para ganar.
Porque los
años han dictado que el jugador que está en las filas de Defensores Unidos,
tiene que ser ganador y arrollar en cualquier cancha y ante cualquier rival. En
fin, estos jugadores no han defraudado y en 32 años se alzaron con 21 títulos.
Muchas fueron las vueltas olímpicas, las epopeyas en canchas visitantes y los
goces en terreno propio. El camino fue una agonía pero de las penas se aprendió
a complacerse y ahora, la historia pone al Tricolor en el pedestal del éxito.
Y mucho
tienen que ver los directores técnicos, él orquesta que dirige a sus dirigidos
de la línea de cal. Sentado en el banco de relevos, los domingos lleva a escena
los ensayos previos de la semana y disfruta un gol de laboratorio como propio y
se adjudica un planteo táctico certero, con el cual se aferra a la victoria en
el pitazo final. Pero también, es juzgado como apóstata cuando el equipo no
rinde y los resultados le da la espalda al abrazo del triunfo. Y si de técnicos
hablamos, Rubén Velázquez es el hombre. Ganador por naturaleza y concienzudo
por consecuencias, llego al esplendor en su primera temporada y siguió
cosechando medallas hasta situar en la solapa de la grandeza 10 campeonatos.
Estos títulos, no sólo se consiguieron porque el hincha apoyo al equipo, porque el gol le ratifico el triunfo y el ídolo y el jugador defendieron con el alma la camiseta y él técnico acertó en su faceta de director de obra. Todo esto, estuvo respaldado por un cuerpo dirigencial que apostó al Club y a su grandiosidad. A unos incipientes hombres que lucharon en los comienzos para fomentar la Institución y a los semejantes que se sumaron a un proyecto que a paso de hormiga construyeron el denominador C.A.D.U en la comunidad. Alfredo Iriart y Jorge Fernández, insignias de este modelo, reflejan en sus vidas y en el trabajo, el crecimiento sin espinas del Tricolor.
Así es, que este recitado se debe al fútbol, en un alegre viaje del placer al deber: 1979 es el año naciente de este ciclo, en donde el juego se ha convertido en espectáculo y éste se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. Por suerte, para los adictos del fútbol, existe Defensores Unidos y sus 32 años de garra, gloria y corazón.
sangretricolor.blogspot.com
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