miércoles, 29 de agosto de 2007

Fútbol y Literatura: Hambre de gol

“No se le ocurra meter un gol antes de los seis minutos
porque nos quedamos sin récord.
Nosotros tenemos que estar en todas las conversaciones,
en las buenas y en las malas.
Después de los seis minutos hagan lo que quieran…”

Carlos Bilardo

El Club Atlético Defensores Unidos (C.A.D.U.) estaba realizando en el verano de 1995 la clásica pretemporada en las playas de Santa Teresita. En el grupo de jugadores se visualizaban nuevas caras, pero de todas sobresalía la figura de un rubio de pelo largo, flaco y de mediana altura. Se llama Javier Vidal, era la última incorporación del C.A.D.U., y poseía la chapa de buen jugador por su paso por las inferiores de Racing Club de Avellaneda. Esto nunca fue confirmado pero, para los conjuntos humildes como Defensores Unidos, no está nada mal sumar futbolistas al plantel.

El zaguero, esa era su posición natural, hacía creer a compañeros y cuerpo técnico que podía ser muy útil para el equipo, que hasta entonces, dirigía Rubén Velázquez. El defensor cumplió en los primeros cotejos con lo mínimo y necesario pero a medida que surgieron los partidos el "Rubio" se fue afianzando. Poco a poco comenzó a demostrar que era un hueso duro de roer, que era muy difícil pasarlo en velocidad, que ganaba en las alturas pese a su físico y que tenía una fiereza en la marca, normal en la zona, pero que en el C.A.D.U. sólo aportaba la "Chancha" Niggli.

Era un grupo joven, con un promedio de edad de 19 años, y con escasa experiencia. Es por esto que Javier Vidal, con apenas 23 años, se convirtió rápidamente, por juego y personalidad, en uno de los líderes de los "Naranja", "Amarilla" y "Negro".

Todas estas virtudes eran opacadas por la falta de capacidad técnica a la hora de dominar el balón. Vidal, sin vergüenza, le daba de punta lo más alto y lejos posible; cuando no le pifiaba y hacia trabajar horas extras al portero Diego "Babosa" Lemos, que más de una vez le salvó el pellejo al rústico central. Durante ese año el grupo se unió como ningún otro pero no pudieron lograr el ansiado campeonato porque en la última fecha perdieron 1 a 0 con el Social, Deportivo y Cultural Mar del Tuyú.

Javier Vidal se llevó, esa tarde, todos los insultos porque había nacido, incluso futbolísticamente, en el pueblo que le ahogó el grito de campeón. El zaguero se retiró de la cancha masticando bronca, con los ojos brillosos al borde del llanto y el corazón partido en mil pedazos. En el vestuario, junto a sus compañeros, juró venganza.

Un año después, se enfrentaron nuevamente en la definición del torneo Challenger Coca-Cola. En esa ocasión Defensores Unidos se alzó con la victoria al vencer a la "Naranja Mecánica" por 5 a 2. Vidal se vengó. Jugó uno de los mejores partidos de su vida y anuló al famoso y peligroso delantero "Japo" Beltrán. Pero no todo fue dulce. El "Rubio" fue el centro de todas las gastadas, de propios y rivales, porque en su afán de despejar lejos, de puntín como de costumbre, volvió a chinguear y le cambió el palo a la "Babosa" Lemos después de un remate de Farrán. Esta vez, el arquero no lo pudo salvar y el balón entró, caprichosamente, junto al poste. Gol en contra.

En 1997 llegó a la dirección técnica de Defensores Unidos el ex-lateral derecho de Estudiantes de La Plata, Abel Herrera. El equipo perdió el rumbo y, en el Apertura, el C.A.D.U. tuvo una de los performances más pobres de los últimos torneos. Ahora juraron revancha, junto a Vidal, con la bronca entreverada entre los dientes, todos los integrantes del plantel. En el Clausura, pudieron revertir la pésima campaña por el temperamento de todos los jugadores, principalmente, por los referentes como el "Rubio". Defensores goleó a Las Toninas por 7 a 0, a Mar de Ajo y a Mar del Tuyú le ganaron 5 a 1 y a San Clemente le metieron cuatro "pepas", entre otros resultados. A pesar del aluvión de goles, Vidal no convirtió ningún tanto, algo que lo tenía algo traumado. Su equipo tuvo que definir con el Social Santa Teresita el título de la Liga de La Costa en una súper final.

Se jugó en cancha neutral, la del Cosme Argerich de San Clemente, en un día lluvioso, con mucho barro, repleto de gente y con veintidós jugadores que no sólo querían coronarse sino, que también, defender el orgullo y el honor de cada institución. ¿Hay algo más lindo que jugar una final contra tu archirival bajo una cortina de agua que te molesta la visión y con barro hasta los tobillos? NADA.

Pero el destino quiso que la historia se repitiera otra vez, como en el 96'. Los de Defensores festejaron revolcándose en las lagunas de la cancha-potrero (más parecido a un chiquero) y Vidal, el áspero defensor era humillado cruelmente por todo el mundo. El partido finalizó 3 a 2 y el zaguero hizo, nuevamente, un gol en contra. El segundo de su carrera.

"Un accidente lo tiene cualquiera, pero dos... ", le dijo el "Pebete" Letieri, capitán y compañero de la zaga central. "Che, Javi, cuando te vas a equivocar en el arco contrario", lo crucificaba el "narigón" Galván. En cada entrenamiento todos sus compañeros le remarcaban sus errores partiéndole el alma al experto del puntín.

A él no le importó nada y siguió entrenando con la ilusión de romper el maleficio. Sabía que el fútbol da revancha y que cuando llegara ese día iba a gozar hasta el cansancio. No juró, pero prometió que si hacia un gol se retiraba, que no jugaba más, colgaba los "timbos" y se iba por la puerta de adelante.

En 1998, Defensores Unidos, jugó con el Cosme y, la victoria por 5 a 0 le permitió asegurarse el primer puesto ya que a falta de una fecha aventajaba al segundo, Jubilados y Pensionados de Lavalle, por tres unidades. El partido se llevó a cabo en la cancha de Las Toninas donde el C.A.D.U. hacia de local por la falta de estadio propio. Javier Vidal declaró que le vendería el alma al diablo para volver el tiempo atrás y cambiar la mala pasada que le jugó la vida esa tarde.

Transcurrían 45 minutos del segundo tiempo, el encuentro estaba en su agonía pero faltaba lo más importante. El flaco "Zuetta" sancionó un claro penal para Defensores por una falta clara a Juan Gabriel Moreno. Todos los muchachos se miraron, y con el partido definido, le pidieron al "Rubio" que se hiciera cargo de la ejecución de la pena máxima para acabar con su mala racha. El zaguero cruzó todo el terreno, de área a área, con un trote sobrador, canchero y colocó el balón a once metros del portal de las alegrías. El arquero, un tal Salvatierra, tenía un gran oficio, pero su físico estaba lejos del estereotipo normal de un guardameta. Medía 1.65 y pesaba alrededor de 90 kilogramos. Así y todo, era bastante ducho en el tema.

Javier Vidal esperó ansioso el pitazo del árbitro con una sonrisa de oreja a oreja que copaba la totalidad de su rostro. Tomó cuatro o cinco pasos de carrera, se puso las manos en la cintura - de pollo -, el pie izquierdo adelantado y el puntín del botín derecho, roto en la punta por el desgaste, preparado para fusilar al portero. Era la oportunidad que siempre quiso y nunca había tenido.

Priii, sonó el silbato. Silencio total. Todos dispuestos a festejar junto al defensor como, éste, soñaba y practicaba en cada entrenamiento. PUM, la pelota salió despedida. Le dio de puntín, al medio del arco, arriba, como para asegurar el tanto, pero no. El "Gordito" se quedó estaqueado en el centro y rechazó la globa hasta el infinito desbaratando toda esperanza de Javier Vidal y de todos sus compañeros, que a esa altura, tenían tantas ganas de que hiciera el gol como el "Rubio".

Se quedó perplejo, shoqueado, pensando en la posibilidad desperdiciada y mirando el punto blanco, que marca el penal, como pidiéndole explicaciones a sus desdichas. A los dos días, cuando todos se juntaron para transpirar la camiseta en las duras jornadas de conos naranjas, sogas, alargues y piques, muchos lo tildaron de pecho frío, de desangrado. Pero ese día dio la cara, como siempre, porque sabía que esos calificativos no eran compatibles con su temperamento.

Después de consagrarse campeón, por problemas laborales, se alejó por unos meses de Santa Teresita. Tenía la necesidad de cambiar la imagen, pero por el momento no podía. Se mudó a Puerto Madryn, donde nadie lo conocía. Consiguió laburo, vivía bien, pero le faltaba algo, tenía la sangre en el ojo, y volvió. Volvió, para saldar viejas cuentas, con mucho hambre, hambre de gol.

No estaba bien físicamente, pero regresó, y jugó como siempre, con huevos. Una tarde soleada de un frío invierno, con una final de por medio, Javier Vidal convirtió el esperado gol que lo llevaría a la gloria. Fue a la salida de un córner. Rebotes por acá, rebotes por allá, la bocha sin dueño picaba en el vértice del área chica y, el "Rubio", de punta la mandó a guardar. ¿De qué otra forma, el Rey del Puntín, iba ha anotar, si no era con la parte agujereada del timbo derecho gastado por el trabajo desmedido que fue sometido partido tras partido?

El festejo programado años atrás se le borró en el mismo momento en que la pelota traspasó la línea final para besar, por fin, la bendita red. Sólo atinó a arrodillarse, besó el verde césped de la cancha nueva de Defensores Unidos y lloró desconsoladamente, como cuando a un nene un camión le pisa la pelota y se la destroza sacándole el aire de sus entrañas. Ese día hizo todo bien. Su equipo salió campeón con un gol suyo, pero, resultó ser, nuevamente, el eje de las cargadas de todos sus compañeros.

El gol lo convirtió en tercera, si!!! en reserva, y la "Babosa", la "Chancha", el "Pebete", el "Narigón", "Morenito", y el resto del plantel, que miraban el partido detrás del alambrado esperando su turno, lloraban, pero de risa. Javier Vidal, el "Rubio", lo intentó por años pero se quedó con hambre, hambre de gol.

Matías Schenón para sangretricolor.blogspot.com

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